Yo
mi hermano(2015), Novela de Juan Mihovilovich |
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por Aníbal Ricci
En el mundo narrativo del autor suele estar presente la conciencia, a veces como personaje (su hermano en esta última novela o las reflexiones del propio autor en Grados de Referencia); y otras como narrador observante de la sociedad (El Asombro). Este juez va más profundo en El Contagio de la Locura, se reconoce como ser solitario y también individualiza a los otros (el pueblo) en una especie de inconsciente colectivo. Esos mismos otros lo exhortan como personaje, pero también como escritor, en un ida y vuelta que avanza, a veces resuelto y otras más pausado para dar paso a la reflexión. Esa coherencia narrativa también está presente en Yo Mi Hermano, iniciando el relato con una voz desenmascaradora, no solo ante el lector (primer capítulo) o el hermano lejano y ausente, sino además ante su imaginación como escritor. El hermano menor se dirige a él en dos vertientes: una lúcida que le reprocha eventos de niñez, y la manipulación que hace de sus conquistas sexuales y de su entorno al ejercer como juez; y la otra vertiente da cuenta de cierta esquizofrenia entre paréntesis plagada de personajes inexistentes y de insectos, pájaros y roedores que lo acosan mentalmente. Este hermano percibe la naturaleza a través de las estrellas, de Venus en particular, de las nubes, la lluvia y el frío de un paisaje sureño que lo encapsula, pero a la vez lo sitúa en el centro del mundo como él lo percibe, un lugar donde la palabra también aprisiona o libera según su carga poética. La estructura vuelve a ser impecable en esta última novela, surgiendo de la prodigiosa memoria del autor, hilvanando frases que navegan entre lo filosófico y lo religioso, siempre al servicio de lo profundo y trascendente. El hermano menor es un verdadero filósofo que deshoja a veces emociones y otras unos certeros razonamientos sobre el hermano, muchas veces culpándolo de su extravío mental. Como es habitual en la obra de Juan Mihovilovich, vuelven a aparecer víctimas y victimarios en su espacio narrativo. Acaso el hermano menor es víctima de la imaginación del escritor, pero a la vez es víctima de la suficiencia que ha ostentado su hermano antes de que lo recluyeran. El hermano menor destila una lucidez desafiante, pero a la vez está muy bien logrado su relato esquizofrénico (reforzado en textos entre paréntesis) sustentado en el miedo al mundo de afuera, describiendo además una paranoia ante el mundo astronómico y la naturaleza que lo deslumbra. Esa desconfianza hacia su hermano juez (y hacia los otros) se ve extendida en la figura materna que lo priva de cigarrillos, un bien básico para el hermano menor, que viene a simbolizar la carencia del ser humano en general. En los capítulos previos al final, el hermano escritor se funde con el hermano filósofo proyectando una visión existencialista. El ser humano atrapado en su propio cuerpo se equipara al que vive encerrado tras las rejas. Ese ser humano sin pasado ni futuro, esa imposibilidad de desplazarse y renunciar a la imagen ilusoria proyectada en un espejo. El hermano menor se siente incompleto aunque reconoce su nacimiento y sus pulsiones sexuales, acaso las mismas de cualquier ser humano. Juan Mihovilovich extremará recursos y de la voz del hermano surge un lenguaje poético que se desliza velozmente, un deleite para el lector consciente e introspectivo. Al final, el menor le reprocha al hermano mayor que lo haya abandonado en una clínica psiquiátrica. Le confiesa que él era su faro y el portador de la esperanza en este mundo; que su reclusión lo confinó tras unas rejas y unos celadores socavaron su libertad. Lo hace responsable de su condena personal, tan responsable como de estas palabras que han sido escritas por ambos.
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