Sin dinero,
y llena de orgullo; fue poco lo que vivió con su prima. Esta mujer con
la que María había crecido, ya sabía las leyes de la ciudad
y no pensaba volver a ser la provincianita a la que todos visitaron .
"Tenis que despertar
María", le decía la prima , asi como si estuviera celosa de
la condicion pura de la recien llegada.
"Aqui en Santiago
nadie te regala nada."
Como consuelo,
María pasaba más en la iglesia, donde habia empezado a hacer
amistades .Todos, los feligreses varones que habian escuchado por su mujeres
celosas los problemás de la provincianita, la abrazaban a escondidas,para
animarla ,y con sonrisas de oreja a oreja ,le ofrecían compartir un
cuartito. Le prometían que estaría ubicado fuera del centro
de Santiago, donde tuviese más privacidad, y asi, pudieran por fin
ahondar en ese escote y en esos pechos tan voluminosos que entusiasmaban hasta
el cura de la iglesia.
Al ojo del capitalino,
María ya estaba bastante grandecita para saber lo que queria. A los
ojos de su padre ella siempre sería su reina chica, como solía
llamarla con carino. Si no fuera por el verdor de sus ojos, elasticidad de
piel y el largo pelo negro-azul, María ya hubiese estado entre las
mujeres a las que se le fue el tren, como dicen en Chile. Tristemente, el
valor de la inteligencia nunca le habia servido para nada. Su padrastro, había
dedicado su vida entera a enseñar en una escuelita de hombres, y le
había prometido a su difunta esposa velar por su hijastra hasta que
decidiera hacerse monja. Entre chistes el viejo le decía que no la
dejaría casar hasta los 50. Ahora María entendia que esos celos
de padre no eran chiste, si no un testamento.
Sus sueños
de lluvia la mantuvieron un tiempo. El calor sofocante de Santiago en cambio
la forzaron a plantar un pie en la realidad. El otro, siempre volaría
en un pais extrano, donde alguna vez se vio en sueños, rodeada de gente
joven escuchando su voz con antención. Nunca entendió el sueño,
pero las ironías de la vida le harían despertar en un país
totalmente diferente, después de diez anos.
Después
de caminar todo Santiago , buscando trabajo, se encontró en la Alameda.
Cansada, con hambre, recordaba los curantos de su padre, la chicha de manzana,
y el chapalele. Su boca roja, los dientes blancos, empapados con saliva y
sudor, vieron botellas de agua santa,esa agua que vendían los capitalinos
más estafadores, cont{andole a la gente que la había bendecido
el papa en su visita a México. La duena del quiosquito, vieja, aturdida
por el trabajo arduo, le tuvo lástima , y le dijo que se bebiera una
botella, al fin y al cabo, habia una llave atrás de la biblioteca nacional,
y podían llenarla de nuevo.
Después
de beberse el liquido santo, y mientras miraba su mapa de regreso al cuartito
del feligrez,.que todavía no cobraba renta ;vio un señor rubio
y alto, lleno de libros y lentes gastados que la observaba como Davinci cuando
se enamor{o de la Monalisa.
En Chile, como
todos saben, cualquiera que sea rubio, mal vestido, y parezca perdido ;es
gringo. :Los ladrones deben saber eso, porque apenas lo vieron no se demoraron
ni un minuto en uzurparle los bolsillos. Este gringuito era reci{en llegado,
porque tenía hasta los bolsillos de la camisa colgando.
"Ve, eso le
pasa por andar paveando" María le dijo con tanta seguridad, que el
pobre gringo no tuvo más que quedarse callado.
"En vez de mirarme
tanto , debiera preocuparse m{as de los libros y de sus bolsillos", le dijo
con más ternura, y arrepentimiento, por haberse visto en la misma situación
semanas atras.
En agradecimiento
por sus palabras y ayudarle a llevar unos cuantos cientos de libros, el gringo
le ofrecioó algo para comer. María le hecho la culpa de su dolor
de estómago a las empanadas de queso y a los sandwiches de potito,
y como poco sabía del mal de amor, le agradeció al gringo la
gentileza y se preparó para retornar al cuartucho. Esta vez , sabía
que el feligrez la esparaba , putrefacto a colonia, y con esperanzas de agradecimiento.
Al bajar del
bus sintio su cuerpo, húmedo, helado, como si alguien le dijiese que
se detuviera a morir por unos instantes. Las advertencias de su prima finalmente
se hacian realidad. Sería que Dios la había dejado de acompañar.
A la distancia
vio la casa lugubre y oscura. Con cada paso estaba más cerca de lo
que algun dia le contaron las sureñas más liberales, y sabiendo
que no era dinero lo que el arrendador buscaba, apretó con fuerza su
rosario , y con la cabeza en alto decidió entrar.
Dios debe haber
estado de su lado porque lo único que encontró fue una nota
donde decía que el feligrez se aburrió de esperar, y que prometía
volver al otro dia a la misma hora.
En medio de
un ataque de enojo, miedo y tristeza ,María agarró todas sus
cosas, lo último que le quedaba de dinero, y prometió dignamente,
nunca más volver a ese cuartucho que la tuvo en ascuas por miles de
horas.
Con un espíritu
más tenaz y relajado decidió subirse al metro, un subway, que
cubre casi todo Santiago, y que permite ver las distintas clases sociales
de los capitalinos. María observó a las mujeres que se dirijían
a sus oficinas, algunas executivas, con trajes caros, otras más pobres,
con ropas más sencillas, pero todas hermosas. Como haciéndose
un examen de conciencia se miró a sí misma, más madura,
llena de polleras rotas, sin plata, y hasta con hambre. Todo el camino le
pidió a Dios, que el gringo todavía se encontrara trabajando
en sus libros ,y quizás, el pudiera ayudarla.
El gringo, Matthew
Ubbens, había vivido en Chile por tres años durante su juventud,
a cargo de un programa de Peace Corp. Tanto le facinó Chile, su gente,
y su inteligencia que inventaba un sabático a Santiago cada dos años.
Esta vez pensaba en radicarse. Como María; Matthew no sabía
que el amor primero atacaba el estómago, y se resignó a vivir
de doctor en doctor, para que le curaran su úlcera inventada.
María
llego a la biblioteca a la hora de almuerzo. Nunca pensó que su vida
se convertiría en visitar gente a la hora de comer. Toda su vida, aunque
con simplicidad, habia tenido las cosas que necesitaba.
Su padrastro
siempre la había cuidado, y ahora se encontraba en un mundo en el cual
tenía que depender de ella misma.
Quizás
nunca se arrepentiría de haber dejado su tierra sureña. María
sabía que lejos de su padre podría encontrar un marido que no
hubiese sido apuntado con escopeta, como lo acostumbraba hacer el profesor
,cada vez que uno de sus estudiantes se acercaba a la niña santa. Ahora,
la mujer, de 40 años, se reía de su desgracia. Pensaba en que
pudo haber tenido millones de novios sin la ayuda de ese viejo profesor.
Su estómago
volvió a invertirse. Un conglomerado de jugos salivales se escaparon
a raudales por todo su cuerpo albo. Sintió que mientras más
cerca estaba de Matthew, más complicado era el dolor.
El gringo, por
su lado, sentiría una mezcla de compasión, ternura y amor, por
esa mujer que le recordaba de su úlcera.
No pasaron muchos
años. María y el nuevo chilensis Mateo, terminaron por no donar
más textos universitarios, ahora los escrib{ian. Se pasaban de un país
a otro, conociendo gente, aprendiendo de otras culturas. Cada otono, María
se inscribía en la universidad de Wisconsin, para terminar su carrera
de profesora de español. Su marido creía firmemente en el talento
virgen de su esposa, y no tuvo que esperar mucho para ver a su mujer titulada
con honores, y con dos maestrias a la espalda.
A los 50 años,
María entendia al viejo bonachon de su padre. El verdadero amor es
difícil de encontrar. En Mathew vio su otro lado del alma, como si
en un espejo se revelara la otra parte de esa mujer inteligente y sensual.
Adoptaron niños
de todas partes del mundo, y segun me contaron, hasta nietos tuvieron. Ojalá
que esta historia sea real, porque a mi me gustó mucho. Una mujer de
40 anos, con una vida formada , es poco lo que puede hacer para cambiar su
futuro en la sociedad chilena. María es una triunfadora. No importa
a quien conoció, ni de donde era, ni cuantos años tenia. Después
de presentadas las posibilidades, ella se casó, estudió, trabajó,
y amó hasta no poder más.